Desde 1896 la zona conocida como Parazuelo se vio transformada con la llegada del ferrocarril. Las dehesas y el río Tajo se vieron surcados por raíles, túneles y puentes con el fin de rentabilizar los recursos del oeste peninsular. Las huellas que dejaron las compañías ferroviarias que operaron en el territorio se aprecian todavía en el Poblado Ferroviario de Monfragüe, que lleva desde 2004 a la espera de ser declarado Bien de Interés Cultural. Y no ha sido hasta la primavera de este año cuando se han renovado las propuestas del Plan Director, elaborado por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles en 2005, para impulsar su desarrollo.
Como este, en España se conservan varios poblados ferroviarios que, ante la pérdida de la función para la que fueron concebidos, aguardan una adecuada gestión como patrimonio cultural. Al margen de la simple necesidad de preservación de este conjunto de enclaves de gran valor, en la sociedad del siglo XXI es posible dar un nuevo sentido a estos núcleos. ¿Llegará pronto el punto de inflexión que frene la espiral de abandono que amenaza a buena parte de este patrimonio cultural?
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