Siguiendo con la historia de estas máquinas, hoy, y en siguientes publicaciones, hablaremos de la llegada del ferrocarril a los diferentes países europeos.
Fue Bélgica la que tomó la delantera en la Revolución Industrial a partir de la década de 1820. Después de separarse de los Países Bajos en 1830, el nuevo país decidió impulsar el progreso de la industria. De este modo, planificó un sistema ferroviario que, caracterizado por su forma en cruz, conectaba las principales ciudades, puertos y zonas mineras. Inusualmente, el estado belga se convirtió en un importante contribuyente al desarrollo ferroviario temprano y abogó por la creación de una red nacional, de este modo, se convirtió en el centro ferroviario de la región. Con todo ello, el país se hizo con mano de obra británica, y así, el primer ferrocarril belga se completó en mayo de 1835.
En Francia, por su parte, se llevó a cabo el primer acuerdo para la construcción de un ferrocarril en torno a 1823, una línea que iría de Saint-Étienne a Andrézieux, y que finalmente se construyó en 1827. Gran parte del equipo fue importado de Gran Bretaña, aunque ello fue estímulo suficiente para que pronto se creara una industria pesada nacional. Lo cierto es que estas máquinas supusieron un ante y un después en la labor de modernización de las regiones más atrasadas.
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